sábado, 22 de junio de 2013

Rainman (1988)

Llevo viendo esta película prácticamente toda mi vida y siempre que la veo me pasa lo mismo: Ray consigue enternecerme y disfrutar de su personalidad.

Bueno, la historia comienza cuando Charlie Babbitt recibe la noticia de la muerte de su padre, del que llevaba años sin hablarse y del que no sabía absolutamente nada. Durante la lecrtura del testamento, descubre que no es el heredero de todo el dinero que éste poseía y que ha ido a parar a otro beneficiario. Al averiguar de quién se trata, Charlie descubre que tiene un hermano 20 años mayor que él llamado Raymond.

Ray padece de autismo y no es consciente de lo que ha heredado, lo que hace que Charlie no comprenda por qué su padre no repartió con ambos la herencia. Desde el primer momento, Charlie se muestra bastante hostil, arrogante, superficial y prepotente con Ray, ya que, al parecer, no comprende lo que le ocurre en verdad a su hermano y llega, incluso, a perder los nervios constantemente con el autista.

Decide sacar unos días a Ray de la residencia donde está ingresado alrededor de 24 años y, de esa manera, conocer un poco mejor al hermano que jamás conoció y del que nunca supo. Al principio, y durante más de media película, se comporta de manera inadecuada con Ray. Da la sensación de que piense que se hace el sueco y que por eso es así. Pero Ray, con sus manías y demás, le va demostrando, poco a poco, que no es así. Pero Charlie también descubre en Ray algo sorprendente: tiene la capacidad de memorizar números de una manera increíble. Siempre que veo esta película, siempre tengo como escena preferida la de la caja de palillos que se cae al suelo y, con sólo mirar los palillos del suelo, sabe cuántos hay. Y no me acordaba lo de la guía telefónica, que se aprende hasta la G y le dice de memoria el número de teléfono de la camarera que los atiende. La cara de la camarera no tiene precio. Yo también me quedaría igual si alguien que no conozco de nada me suelta mi número de teléfono sin más.

Al descubrir esta peculiar habilidad, Charlie decide aprovecharse del talento de su hermano y se lo lleva nada menos que a Las Vegas a jugar al Black Jack, a jugarsela, porque es ilegal contar las cartas y casi se les cae el pelo cuando lo descubren. Aunque me pareció divertido ver cómo le cambia de imagen y le pone un traje de chaqueta y corbata. Parecía otro. Pero el cambio de rutina que le estaba dando Charlie tan repentino, conseguía que Ray se pusiera nervioso cada vez que tenía que hacer algo que no estaba dentro de su propia rutina o que no pudiera hacer lo que, diariamente, solía hacer. Tal es así, que Charlie debía hacer cosas como tener que llamar a una casa, en medio de vete tú a saber dónde, para que Ray pudiera ver la tele y así poder calmarlo.

Poco a poco, Charlie se da cuenta de que Ray, no sólo no es como los demás, sino que es especial. Porque Ray, con sus manías y todo, es alguien a quien cogerle cariño, por esa inocencia con la que habla, enternecería al más duro. Y tanto es el cariño que le coge, que quiere conseguir su custodia para cuidarle de él. Yo no sé los demás, pero cada vez que veo la escena en el que le dice que se siente muy orgulloso de ser su hermano, a mí se me saltan las lágrimas. Porque con él aprende más de lo que jamás pensaría con alguien como Ray. Aprende a no ser tan materialista, a no mirar tanto el dinero por encima de todo, a apreciar lo que se tiene, a no ser tan egoísta. Porque nada de eso es Ray, ya que no comprende siquiera lo que es nada de eso. Y, aunque no consigue su custodia, comprende que Ray es lo que mejor ha tenido en la vida y que, gracias a él, consigue ser una mejor persona.

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